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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 28

Era tanto el amor que me profesó siempre el tío Yusuf, aun antes de nacer yo, que en la fiesta de mi circuncisión fue su voluntad estar presente.

- El niño -dijo con buen humor-, por esta purificación aumentará su hermosura, del mismo modo que aumenta la luz del cirio cuando alguien despabila su mecha.

Según me relataba Subh, nadie podrá olvidar el jaleo que se armó en el protocolo cuando compareció doña Minia, enjoyada y muy tiesa, precediendo a una especie de catafalco, formado por unas andas repletas de cojines, sobre el que navegaba la mole del tío Yusuf. Él moví levemente las esferas de sus manos para saludar a la multitud, que nunca lo había visto hasta ese instante. Dada nuestra costumbre de construir no muy anchas las puertas de las casas y protegerlas con un recodo, para que la procesión de doña Minia y el tío Yusuf cupiese por la entrada de la torre, fue preciso derruir un muro entero y echar abajo el arco principal por el que había de emerger tan egregio asistente en sus no menos egregias parihuelas.


- En Castilla -nos dijo a mi hermano y a mí una tarde, entre bocado y bocado- os llamarían moritos.

- No marees con insensateces a los niños -le previno doña Minia.

- Si es verdad: son moritos. Y tú eres también mora, de modo que no te pongas moños.

- Deja de impartir calificaciones, José -así lo llamó en esta ocasión-. No siembres la discordia en tu propia familia -alargó la mano y le acarició maternalmente la papada-. Come y calla, niño mío.

- ¿Por qué nos llaman moritos en Castilla, tío Yusuf? -pregunté cuando la conversación ya navegaba por otros derroteros.

- Porque lo sois. Yo soy morazo, y vosotros, moritos. Para que dejen de serlo, allá les vierten a los críos agua sobre la cabeza pronunciando unas palabras mágicas.

- ¿Y se vuelven rubios?

- No; sólo se mojan.

- ¿Cuáles son las palabras?

- Yo te bautizo, dicen, en el nombre del padre, del hijo, y del espíritu santo.

- Porque ellos tienen varios dioses, y nosotros uno sólo -aclaró mi hermano, que era mejor discípulo de los alfaquíes que yo.

- Dejaos de irreverencias -insistió doña Minia-. No me gusta, José, que hables a los pequeños de problemas teológicos. Cada cual se salva o se condena con arreglo a su propia religión y a su propia conducta.

- Ése sí que es un problema teológico -comentó el tío entre risas y con la boca llena.

- No te rías mientras comes, Yusuf: está muy feo. Claro que, si hiciese caso de esa elemental norma de cortesía, no te reirías nunca.

Y rieron los dos. Pero mi curiosidad estaba ya picada.

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