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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 26

Yo los frecuentaba porque me entretenían los episodios, no sé si absolutamente veraces, que 'el Gordo' me contaba de su vida, cuando él aún no era tan gordo.

- Son embustes -puntualizaba doña Minia-. Yo lo conocí con diecisiete años y ya era así.

Y los dos se miraban, cómplices, y se sonreían con una expresión de cariño tal que me causaba una profunda envidia.

No tenían hijos, y nos adoraban como si lo fuésemos a mi hermano Yusuf y a mí. Nos regalaban toda clase de juguetes; en los envíos que recibían de la Cristiandad siempre había algo para nosotros. Por las fiestas del Año Nuevo, de la Ruptura del Ayuno, de la Primavera, nos sorprendían con animalillos de cerámica o de plata. Recuerdo las jirafas, de las que llegué a tener hasta cuarenta, con un especial cariño por ser un animal que yo nunca había visto, y que sospechaba además que no existía en ningún país de la Tierra. Quizá lo que más ansiaba entonces era tropezarme con una jirafa, mucho más que con un león o con un elefante, en los bosques de la Alhambra.


Mientras que el tío Yusuf era sonrosado y rubiasco, doña Minia, contra lo presumible, era morena, de ojos menudos, negros y muy vivos. El tío Yusuf consistía en una bola grande con otras menores a su alrededor: cabeza, brazos, piernas, manos y pies. Más que en la torre, habitaba en un imponente sillón horadado, dispuesto muy en alto para que los criados que se cuidaban de limpiar la letrina pudiesen realizar su tarea. Una vez por semana, entre siete u ocho de ellos lo apeaban, lo lavaban, le mudaban la ropa, y, en tanto aljofifaban y perfumaban el asiento, lo sostenían para que anduviese cuatro pasos contados. Pero ésta era una ceremonia muy íntima, que nunca vi. Mi hermano y yo temíamos que, si se caía del sitial donde estaba instalado, rodaría hasta llegar por la pendiente del bosque al río, y allí el agua no podría moverlo de ninguna manera, y le brotarían plantas y árboles sobre la barriga, hasta formar una colina nueva entre la Alhambra y el Albayzín.


Yo tenía un gato que atendía, aunque no mucho, por 'Luna'. Su nombre vino porque el tío Yusuf nos refería muchos enredos cuyo protagonista era don Álvaro de Luna, visir y valido del rey Juan. Mi intención fue ponerle 'Juan' al gato, pero doña Minia me advirtió que sería una falta de respeto, y que la grandeza de un pueblo se demuestra por el respeto que tenga a sus enemigos, y que, si los empequeñecemos o los ridiculizamos, somos nosotros a la larga los que salimos peor parados. Y por si era poco, el gato resultó ser gata, con lo cual ponerle 'Juan' o 'Álvaro' habría sido un contrasentido. Para esa gatita, que era pelirroja como el tío Yusuf, me regaló el matrimonio un cascabel de oro, que ella se apresuró a perder, aunque hubo quien receló que cualquier criado pudo haberlo cogido, porque era cosa de orates ponerle cascabeles de oro a un gato. Sin embargo, el matrimonio siguió regalándome un cascabel tras otro, cada vez que 'Luna' los perdía, hasta que se perdió ella misma, con lo cual se acabaron los gajes del ladrón de los cascabeles.


Era una pareja imperturbable, supongo que por las condiciones físicas de él. (Y aun de ella, que también era gorda, aunque, comparada con su marido, resultaba casi esquelética). Cada vez que nos presentábamos en la torre nos recibían con el mismo calor que el primer día, y desaparecíamos entre sus enormes abrazos y sus besos. Después nos sentábamos para ver comer al tío Yusuf, cosa en la que él nos complacía con muchísimo agrado. En torno suyo había innumerables ataifores con una increíble variedad de manjares: salados, dulces, ácidos y hasta agrios.

- El ser humano está mal terminado: sólo es capaz de distinguir estos cuatro sabores. Cuánto mejor sería que, en lugar de dedicarse a la guerra y a otras majaderías, se concentrase en aprender a combinarlos con más diversidad y sutileza.

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