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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 24

- Pero, Faiz, lo de la pierna, ¿te lo hizo una cuchillada, o un caballo?

- Si me permites decirlo, reyecito, oportunamente fue de una cuchillada y de un caballo -aclaró con un tono de reproche-. Cuando uno defiende la santa religión en una guerra santa, uno ha de estar dispuesto a perder dos, tres, y hasta cuatro piernas por las causas que sean y en cualquier coyuntura.


Comprobé que no era amigo de mi padre, ni siquiera conocido, cuando vi una mañana acercarse al sultán. Yo me escondí detrás de un ciprés grueso, aunque no estaba seguro de que mi padre me reconociera a mí tampoco. Faiz se quedó inmóvil, como aterrorizado, con la vista en el suelo, y dobló la cintura al paso del sultán, que lo miró al pasar con la indiferencia de quien mira un montón de estiércol dispuesto para abonar un arriate.

- ¿Ves? -me dijo Faiz nada más perderse el cortejo-. Me ha dicho con los ojos que no ha olvidado mis hazañas y que cómo ando de la pierna. Yo le he contestado que muchísimo mejor; que sólo me molesta cuando va a cambiar el tiempo, aunque a veces me duele el pie que ya no tengo, lo cual no deja de ser una curiosa extravagancia de la Naturaleza. Y tu padre me ha replicado que el año próximo me mandará a Alhama, porque las aguas de sus baños son muy benéficas para estos alifafes de las piernas cortadas.


Yo, que en aquella época tenía de mi abuelo una gloriosa idea, insistía con torpe y desagradable frecuencia:

- Dime a quién prefieres tú: ¿a mi abuelo o a mi padre?

Hasta que un día, después del almuerzo, Faiz, dando un golpe con la azada en la tierra y apartándome con cierta violencia del paseo, me soltó:

- Óyeme, reyecito. El Profeta, Dios lo tenga en el Paraíso rodeado de toda su bendita familia, autoriza (llegado el caso, que llega más de prisa y en mayor número de lo que se cree) la taquiya, o sea, la negación, no sé si me permites decírtelo, la negación, reyecito, de tus más redomadas convicciones. La negación pura y simple, así como suena. Porque el viernes y las convicciones se han hecho en bien del hombre, no el hombre en bien de las convicciones ni del viernes. La moralidad más alta, oportunamente lo sabrás, hijo mío, la más altísima, es la que más favorece al que la tiene. Si hay que traicionar para conseguir lo que tú te propones, ¿qué le vamos a hacer? No siempre es posible avanzar en línea recta. Los que hemos hecho la guerra santa lo sabemos muy requetebién: lo importante es ganar. Si hay que mentir al enemigo, se le miente. Se engaña a quien sea preciso. Uno, en tierra de cristianos, para salvar la vida, puede pedir el bautismo y renegar. De mentira, claro: ¿quién va a querer convertirse en semejante porquería? Lo que ocurre es que la vida está por encima de todo. Hay que ser falso para ser decente, y apoyar la falsedad en el Corán, reyecito, sin salirse de él nunca. Disimular, canturrear, mirar a otra parte, a estas hojitas tan verdes, ¿ves?, que tienen por debajo de las grandes casi todas las plantas... Con la verdad verdad, si me permites, no se va a ningún sitio. No sé si me he explicado. Pues eso: yo he preferido siempre a tu abuelo y a tu padre; pero al que prefiero de todos, reyecito, es a ti.


Como me hablaba muy poco de plantas, salvo cuando comparecía el médico Ibrahim, me acuerdo muy bien de una vez en que me habló de ellas, y me explicó el calendario de los jardineros, que es el calendario solar de los cristianos. "Porque -decía- el lunar sólo sirve para viajes y caravanas y guerras, y los jardineros no pueden viajar nunca, ni los cojos pueden ir a la guerra".

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