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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 18

- Tiene dos hijos [luego tuvo otro más] muy guapos; pero me escama su perpetua sonrisa. Una esclava digna no tiene ningún motivo para sonreír, a no ser que prepare una jugada sucia.

Aparte de la maternidad, le apasionaba el tema de los cuernos. "Los cuernos son la moneda más corriente en la Alhambra. Todo el mundo los pone, todo el mundo los lleva; con ellos se compra casi todo, y de ellos come la mayoría". Para dormirme, me cantaba coplas alusivas:

'El cuerno de Al Hawzani creció tanto
que ya no lo deja ni embestir;
cuando enrojece el cielo por las tardes
es que él le ha dado una cornada'.

O esta otra, cuyo sentido yo no alcanzaba bien:

'Le dijeron a Hasán que su mujer
era la mujer de todo el pueblo.
"Calumnias", contestó, "no me lo creeré
hasta que vea la espada dentro de la vaina'.

Y antes de terminar la copla con la que pretendía adormecerme, ya comenzaba a soltar una carcajada que me despabilaba. Sus carcajadas le salían del ombligo, y se le repartían por el cuerpo entero con una resonancia de cántaro vaciándose.

- Un mediodía vino una vecina, niñito mío, allá en Lacalahorra, cuando todavía no había sucedido nada de lo que iba a suceder, y yo creía en Dios, y me dijo: "A tu marido lo traen uncido a un carro. Por la calle abajo viene; no cabrá por la puerta". "Ay, gran puta", le respondí, "esta mañana mi marido no quería salir al campo a trabajar porque, cada vez que ve los cuernos del tuyo, se caga en los calzones".

Recitaba ensalmos, tomaba bebedizos y manejaba aliños para conseguir unos novios, que luego despreciaba sin probarlos. Le divertía la conquista, pero no aprovecharla. "Soy como la batalla de la Higueruela". Ponía los ojos en algún sirviente, dejaba caer aleteando los párpados, se atusaba el pelo bajo la capucha, s sacudía bien la ropa, murmuraba dos o tres jaculatorias, sobaba de pasada sus propios talismanes, y se lanzaba al abordaje.

- Ése me va a seguir hasta la muerte. No resollará más que a mi alrededor. Hasta que no le corte yo los lazos, no querrá ver a nadie más que a mí.

A los dos o tres días, me decía:

- He tenido que cortarle yo los lazos, porque se ha puesto insoportable: ni a sol ni a sombra me dejaba. Los hombres son lo mismo que las moscas. Peor: a ellos no hay mosqueador que los espante.

A veces yo no comprendía alguno de sus comentarios, y le pedía que me lo aclarara con una pregunta y otra y otra.

- Eres tonto, Boabdil. Mentira parece que me hayas mamado tanta leche y que con ella no hayas aprendido nada. Tontito del remate -repetía.

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