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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 3

Se conoce que pierdo la memoria. Para evitar que volviera a olvidárseme, aunque no va a darme el tiempo la oportunidad, la anoté, mientras miraba a Amina, maliciosa, sonreír y tañer. Se trataba de una canción de adivinanzas.

'Soy un fruto lascivo y redondeado
que alimentan las aguas del jardín.
Ceñido por un cáliz rugoso,
parezco el corazón de un cordero en las garras de un buitre'

Amín soltó una risotada.

- La berenjena -dijo.

Estábamos bebiendo el vino oscuro y denso, lleno de madres, de esta tierra. Sin darme cuenta, yo llevaba el ritmo de la canción con mi copa. Pensaba en otra cosa, como suelo, y en otras circunstancias.

'Crezco o decrezco entre los comensales,
y, en mitad de la sombra, las lágrimas resbalan por mi cuello.
Si me duermo, alguien corta mi cabellera,
y permanezco insomne hasta mi muerte'.

- Insomne hasta mi muerte -repetí.

No lo adivinábamos. Acaricié el rostro de Amina, idéntico al de Amín.

- La vela -gritó ella, y tomó un sorbo de mi copa.

Volvió a cantar:

'Soy delgado, y tan pálido y frágil
que me dejo acuchillar fácilmente.
De vez en cuando bebo,
y de mis ojos luego brota el llanto'.

Qué desgarradoras sonaban todas las letras. Era el cálamo; tampoco lo adivinamos. Amina palmoteaba.

'Lo mismo que la espada nos portamos.
Inseparables somos.
Si algo entre las dos gemelas se interpone,
de común acuerdo lo despedazaremos'.

Esta vez fui yo el que acerté. Veía a Amín y a Amina, gemelos, ante mí. Si algo se interpusiese...

- Las tijeras.

Amina me besó entre halagos. Quizá habíamos bebido suficiente, pero continuamos. Las velas de la sala, como las del acertijo, parpadeaban y se desperezaban. En los rincones se amontonaban las sombras como animales dispuestos a saltar contra nosotros. 'La noche es mi enemiga', pensé. He aprendido a temer a las sombras. Seguros frente a ellas, mis gemelos me protegían con su sola presencia. Son demasiado jóvenes -¿es que eso es un defecto?- para temerle a nada.


(Entrega siguiente)

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