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'El manuscrito carmesí' (Antonio Gala) - Entrega 8

Hernando de Baeza -que formaba parte del cuerpo de mis traductores en la Alhambra, y que fue amigo mío y mi cronista- siempre aprobó que yo escribiera. Pero me conminaba -ésa es la palabra- a escribir lo que sólo yo sabía. Y me sublevaba que fuese el hecho de ser yo rey lo que a él le atraía; no mi corazón, ni los sentimientos provocados por nacer en un trono en el ocaso, ni los resentimientos que el entorno, marchito como la rosa de antes, producía en mí. Se me ha injuriado como perdedor del Reino; sin embargo, nadie se ha ocupado de averiguar cómo fui de veras ni si luché con todas mis fuerzas, que no eran muchas ciertamente. A nadie se le ha ocurrido que acaso fuese yo -y no por rey- la mejor personificación de un pueblo condenado a abandonar el Paraíso... He sido más tiempo súbdito que rey, exiliado más que coronado. hace más de treinta años que entregué las llaves de mi casa: una reproducción, porque las verdaderas acompañarán, para vosotros, este manuscrito, cuyo prestigio consiste en provenir de alguien que, cuando os llegue, no será, y de que apenas es mientras os lo dedica.

Acaso contenga lo que jamás un hijo debe saber de un padre; pero he ejercido tan poco tiempo de ello... El mayor de vosotros aún no tenía dos años cuando fue empleado como rescate mío. apenas hemos vivido juntos. Os fuisteis en seguida de Fez. Para vosotros, como para los demás, seré el traidor tan sólo. Por otra parte, ¿quién dice lo que un hijo debe saber o no de un padre? ¿No os han contado ya, y de peor modo, lo peor? ¿No han sido inicuos conmigo, en favor suyo, los cronistas? No intento defenderme; también es tarde para eso. Soy un viejo, y a los viejos se nos niega la épica tanto como la lírica. En la batalla próxima estaré al lado de quien me acogió (ni ahora ni nunca fui yo el que decidió las batallas): ya no queda en el mundo nadie al que le deba más que a este sultán de Fez, si no es quizá a vosotros, a quienes, imposibilitado de devolveros lo perdido, os obsequio con el relato de su pérdida. No intento siquiera con él poner el punto sobre las íes. Sólo que esta arca, donde guardo lo que aún permanece del jardín -el arca de la novia:

'Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría,'

como cantó el romance de los castellanos-, logre alcanzar, ya que yo no, manos andaluzas. Y, de ellas, siguen las vuestras siendo las más significativas y las menos manchadas. No espero nada de vosotros: ni un retorno, ni una correspondencia, ni la reivindicación; pero lleváis aún sangre nazarí, la única sangre nazarí incontaminada que hay ya sobre la tierra. Mis antepasados hicieron Granada, y la deshice yo; leed sin prisa estos papeles para que sepáis cómo. Pero si os cogen desganados, arrojadlos al mar, o arrojadlos al fuego: dará igual; no se perderá nada. Aunque debéis saber que en ellos sólo relato lo que fue; de lo que será, nada sabemos. El Todopoderoso dirá a su hora la palabra que quiera. Una historia -no lo echéis en olvido- no puede contarse bien hasta que concluye. Comienza, por lo tanto, el turno vuestro. El mío se agotó:

'lo que temí perder ya lo he perdido;
lo que esperé ganar ya no lo espero.'

Mi esperanza se ha muerto antes que yo; la que me queda es muy humilde: que este legado no testifique contra mí.

'No te levantes tú, corazón, en mi contra también.
Una vez muerto, no te levantes, corazón: descansa.'

Debo irme ya. He de armarme -procuraré hacerlo solo- para acudir a la batalla. No retornaré de ella: ni vivo, ni muerto. Deseo entregarme a las aguas del río, como Aliatar en la derrota de Lucena; que no pueda encontrar nadie los restos del que fui, ni mis armas reales. Saldré sin despertar a Amín ni a Amina. Estarán juntos, idénticos y amantes, rezumantes de vida sobre la misma cama. ¿Para qué despedirme de nada ni de nadie? Todo está concluido. Dios a sí mismo se interpreta; pero yo dudo que le haya dado a ningún rey un salario peor que el que me ha dado a mí.


(Entrega siguiente)

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